Dream a little dream of me

Basta una sensibilidad cualquiera, como la de Stendhal o como la de Esopo, como la mía o como la nuestra, para saber de lo que estamos hablando. Cualquiera de nosotros que, en pleno dominio de sus facultades, visite una hemeroteca, un laboratorio genético, una cárcel, una academia criminalística, o la galería de los Uffizi, se percatará inmediatamente, si no es un traidor, de que entre lo repleto, en el sentido de no queda un puto hueco, y entre lo austero, en el sentido de las paredes mudas, no hay nunca, ni un clavo para suicidarse.

Un traidor o un ingenuo podrían interpretar, incluso defender esta idea ante un tribunal pero, ninguno de los nuestros cree ya, ni en los accidentes, ni en los caprichos que uno mismo no pueda organizar, consciente o inconscientemente.

Así las cosas, cualquiera de nosotros que no sea un traidor, debería dejar de albergar dudas sobre ese mármol del XVI que, sin duda, uno de los nuestros bautizó como Narciso. Que no nos deje engañar, a no ser de que sea usted un traidor, el hecho de que ninguna Academia se haya determinado a aprobar la autoría, como obra, por no decir como capricho, de aquel que habiendo sido uno los nuestros, y todos los que no sean un traidor sabrán que hablamos del viejo y bueno Lodovico Buonarroti, ¿de quién sino?. Quién sino él podría haber reseteado a esa mujer tantas veces esculpida y retratada por él, en ese Narciso que reproduce aquel rostro, aunque nos distraiga el pene. No nos dejemos engañar. Fue solo un capricho. Porque un accidente es sólo un genio sobre un punto, y si usted no es un traidor, hágase o, mejor aún, háganos un favor, y: Déjese de flirtear de una vez por todas con esa ridícula idea del libre albedrío.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

vaya mierda de blog ¿ qué tiene esto qué ver con el holocausto? lo dicho vaya kaka.

Anónimo dijo...

Cuando el pintor sólo aspira a mirar de soslayo la probable cuarta reproducción sin perder a un tiempo la visibilidad de las otras tres, entonces, difícilmente podrá detenerse y observar al nuevo hombre del museo mirar el lienzo de frente, con las manos juntadas a la espalda y acordándose de alguna patria.

¿No?