Estirarme la camiseta es el primer recuerdo que tengo de mí. Es un recuerdo lento, estoy sentado en clase y con la mano derecha del lado derecho, y con la mano izquierda del lado izquierdo estiro mi camiseta para que nadie pueda ver como me va creciendo la tripa. Cuando suelto las puntas de mi camiseta esta vuelve a plegarse sobre mí como una nueva piel, más gorda y más lenta, para que todos puedan verlo.
Ahora es fácil encontrar mi nombre en los periódicos, desde que empezó a crecerme la panza no han dejado de hablar de mi. Ya no me llaman D. de la Concha, García Montero, el Gordo, y todo lo que dicen de mí ha de llevar por el ley, y que ninguna acusación se lo salte, el adjetivo supuesto.
Pronto me llevarán ante el juez y veremos, entonces, que cara pone el fiscal, cuando confiese, bajo juramento, que yo ni estoy, ni soy D. de la Concha, García Montero, el Gordo, que a los ocho años el topo gigante se coló bajo mi camiseta y que desde entonces, digan lo que digan esos locos, se ha negado a salir.
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