La mujer y el topo gigante

Una mujer tenía un topo gigante por marido y como quería quitarlo del vicio imaginó la siguiente argucia. Aguardó a que estuviera dormido de la borrachera, e insensible como un muerto, se lo echó a los hombros, lo llevó al cementerio, lo depositó y se marchó. Cuando sospechó que había vuelto ya en sí, volvió y llamó a la puerta del cementerio. Dijo el topo gigante: “¿Quién llama a la puerta?” Respondió la mujer: “Soy yo, que traigo la comida a los muertos.” Dijo él: “No me traigas de comer, sino de beber, buena mujer, porque me das mucha tristeza al recordarme la comida y no la bebida”. La mujer se golpeó el pecho mientras decía: “¡Ay, qué desgraciada soy! Nada he conseguido con mi argucia, porque tú, marido, no sólo no te has corregido, sino que te has hecho peor: tu defecto se ha convertido en un hábito.”

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