Si lo encuentro en el bar y ha leído el periódico antes que yo, este debe estar manchado de gotitas que resultarían imposibles de distinguir entre gotitas de sangre, gotitas de coñac, o gotitas de babas sin un análisis forense.
Debe de fumar como dos carreteros muertos de frío, y si habiéndose olvidado el pañuelo, se tapa el agujerito del cuello con el dedo gordo para hablar o para que no se le escape el humo hechizará mi atención como hechiza el vuelo de la mosca al sapo.
Para que un anciano me sea simpático la comidas deben serle una excusa para empezar con el vino y para fumar sin excusa entre plato y plato. Si cumple con estos requisitos intentará engañarme si no viste una chaqueta de cazador-pescador o, cuando menos una chaqueta repleta de bolsillos el la que pierde constantemente las llaves, busca el mechero, cuenta las monedas sin sacar la mano, o se asegura, cada vez que ve a un desconocido, de que la cartera siga en su sitio.
Pero sobretodo, para que un anciano me resulte simpático, y en esto no puedo hacer otra cosa que ser pertinaz hasta la intolerancia, debe tener una señora a su lado.
Una señora que le robe las patatas fritas del plato, una señora que nunca le haga la pregunta del millón, que comparta su vino, que mire como si quisiera torturar a todas las mujeres que se acercan al anciano en busca de una calle o de fuego. En fin, una de esas señoras que lo lleve todas las noches hasta la cama sin permitirle tropezar con el mundo.
De no ser así, nada habrá más vano que los esfuerzos de los ancianos por seducirme.
Debe de fumar como dos carreteros muertos de frío, y si habiéndose olvidado el pañuelo, se tapa el agujerito del cuello con el dedo gordo para hablar o para que no se le escape el humo hechizará mi atención como hechiza el vuelo de la mosca al sapo.
Para que un anciano me sea simpático la comidas deben serle una excusa para empezar con el vino y para fumar sin excusa entre plato y plato. Si cumple con estos requisitos intentará engañarme si no viste una chaqueta de cazador-pescador o, cuando menos una chaqueta repleta de bolsillos el la que pierde constantemente las llaves, busca el mechero, cuenta las monedas sin sacar la mano, o se asegura, cada vez que ve a un desconocido, de que la cartera siga en su sitio.
Pero sobretodo, para que un anciano me resulte simpático, y en esto no puedo hacer otra cosa que ser pertinaz hasta la intolerancia, debe tener una señora a su lado.
Una señora que le robe las patatas fritas del plato, una señora que nunca le haga la pregunta del millón, que comparta su vino, que mire como si quisiera torturar a todas las mujeres que se acercan al anciano en busca de una calle o de fuego. En fin, una de esas señoras que lo lleve todas las noches hasta la cama sin permitirle tropezar con el mundo.
De no ser así, nada habrá más vano que los esfuerzos de los ancianos por seducirme.
12 comentarios:
Usted ha comido hoy menú donde Santi ¿que no?
en la resi ya vamos quedando poquitos
genial! he querido ser anciano
Ay, bendita vejez...
A la vejez viruelas y san pedro se la bendiga... para que un anciano/a me sea simpático, que me vaya conservando la salud. O a tomar por el culo.
George
Cuando nos atrape la vejez con su reguero de muerte y olvido, estaremos tan hastiados de correr que el bastón/muleta será una bendición.
M
Mi querido Alberto, efectivamente comida en el Santi, mesa para uno y vino para dos. Hombredebarro, fuguese, mejor morir borracho que morir de sed. Mi querida Trilce, ya somos lo bastante mayores que no ancianos para saber que sin prisas se vive mejor. Bellaluna, no eche marcha atrás, aceptamos todo tipo de palabras malsonantes. George, tan razonable como siempre. M, sin duda, nos abriremos paso a bastonazos, como si fuera la primera vez.
Mañana, si posible, mesa para dos y vino para tres y cuarto!
Este blog está muerto
Muerto no, un poco mayor nada más
Un poco bastante eh
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