Cuando no tengamos más Sinaí que la sopa de fideos por desayuno



Dicen que los diseñadores de cubitos de hielos no saben beber pero que los chinos conocen a su clientela. Para no delatarse con sus logros los chinos nunca dejan de sonreír y, mucho menos cuando te sirven sus buenas bolsas de piedras de hielo aunque tengan la persiana en cierre y las luces del establecimiento apagadas.

Antes de ponerse una copa hay que inspeccionar la cubitera. Si sus amigos son modernos está usted perdido. Si tiene una casa Ikea está perdido. Si no heredó usted la cubitera de su madre y su madre hace al menos un decenio que es abuela, está usted irremediablemente perdido. Una noche tras otra se verá obligado a bajar hasta la china en busca de una bolsa repleta de piedras de hielo. Una extraña magia, mucho más antigua y más poderosa que el cristianismo, le sorprenderá todos los días en la calle con la ropa de casa. Con un agujero en la zapatilla. Con las monedas justas en una mano y aporreando la persiana del establecimiento con la otra. Al despertar un chino, misteriosamente sonriente, le cambiará las monedas por el hielo.
Lleve justo. El chino nunca tiene cambio.

Pronto no tendremos más Sinaí que la sopa de fideos.

Si usted es un hombre de genio como los chinos o como yo, se habrá extrañado ante la indefendible idea de que haya un solo diseñador, ya sea de cubitos de hielo o de grupos electromecánicos que por premio o por castigo, no comparta día sí, día también, nuestra afición por las bebidas que han de servirse, al menos, con una roquita de hielo.
Refutada pues la idea de que los diseñadores no sepan beber, la única explicación que nos queda, la conclusión a la que arribamos indefectiblemente, no es otra que la primera certeza en la conspiración sueco-china.

Si usted no es un hombre de genio como los suecos como los chinos o como yo, diríjase inmediatamente a su nevera, habrá el congelador, y dígame en que país fue fabricada su cubitera. Si además de no ser un hombre de genio tampoco dispone de idiomas, puede estar seguro de que Made in Sweden significa fabricado en Suecia. Los suecos diseñan, fabrican y distribuyen a través de Ikea el 87.35% de las cubiteras del primer mundo. Sin contar a China. Los chinos saben muy bien porqué.

Sea o no un hombre de genio, si tiene cubiteras en casa, se habrá percatado de la marcada tendencia de los últimos once años de los cubitos de hielo con formas. Los hay con forma de estrellas de cinco puntas, con forma de martillo, con formas de aves, de gatos, de perros, con formas de lápiz, de linterna, incluso hay hielos de todas las letras…Cuantas más aristas tengan mejor. Mejor para los chinos.

Cuantas más puntas, aristas, patitas, picos, o haches tengan las formas del hielo más dificultades encuentra el hielo para concentrarse y no derretirse. Todas las puntas, aristas, picos y haches son solo un breve ejemplo para ver, si no se han roto al extraerlas de sus cubículos, como se derriten de afuera hacia dentro, más rápidas incluso, que nuestra sed.

Todavía no dispongo de más pruebas que la experiencia de bajar noche sí, noche también, a la calle con la ropa de casa, con un agujero en la zapatilla y con un puñado de monedas en la mano. En casa las piedras de hielo chinas pueden durar toda la noche. A veces incluso un día entero. Una vez me encontré, en una bolsa que creía vacía, una piedra que me duró tres noches y tres días. Y después me ha ocurrido con frecuencia. Chai Li Shiln dice que soy un hombre con suerte. Muchas veces pienso que tiene razón. Últimamente no hay una bolsa en la que no me encuentre, al menos, seis o siete piedras de las que tardan hasta tres días en derretirse.

Chai Li dice que soy un hombre con suerte pero tres días dan mucho que pensar. Y siendo un hombre de genio como los suecos o como los chinos, me preocupo. Más o menos tengo claro que mucho antes de lo que se cree no tendremos más Sinaí que la sopa de fideos por desayuno, el sexo más desinhibido y por lo tanto el más triste del mundo una vez por semana, una vaga idea sobre la alianza sueco-china, y poco más, que no sean, los mejores hielos del mundo.

Todavía no puedo demostrarlo pero hasta entonces mi querida y fiel esposa Chai Li Shiln seguirá escuchando mis deliberaciones hasta que se derritan los hielos, y sin dejar de sonreír.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

El dicho popular ese de "hielo veo, hielo quiero" viene, de hecho, de Benidorm.
El wikipedia que todos, con excepción de las personas chinas, tenemos por corazón indica que en Oriente, -durante esos veraneos que los chicos inocentes conocemos, aparte por nuestro corazoncito wikipédico, gracias a las películas de Ozores en las que sale el gran Sazatornil (sólo en estas)- el cambio climático era visto, tras la hora en los ojos de los gatos no siameses.

Un abrazo topoférico

Anónimo dijo...

Dos reflexiones:
1) Un clásico: Los chinos ven la hora en los ojos de los gatos
2) Hombre que no sabre sonreír no debe abrir tienda.
Abrazos.
m

Tesa dijo...

Es extraño que le duren tanto esas piedras de hielo, hay algo mágico en este asunto
...o en su casa hace mucho frío

Anónimo dijo...

La sonrisa, como los fideos, es china. Los gatos, de procelana; aunque su alma -vista a través de sus ojos- también es china. Me resta saber si el alma del hielo es también china: tal vez sea el agua y su terrible resistencia a dejar de ser la que le lleve a perdurar en su forma física sólida. ¿Agua china?

Anónimo dijo...

La sonrisa, como los fideos, es china. Los gatos, de procelana; aunque su alma -vista a través de sus ojos- también es china. Me resta saber si el alma del hielo es también china: tal vez sea el agua y su terrible resistencia a dejar de ser la que le lleve a perdurar en su forma física sólida. ¿Agua china?

Anónimo dijo...

Todos somos hombres con suerte. De lo contrario, no habríamos llegado hasta aquí.
Los gatos arañan pero más cornadas da el hambre.
Estoy deseando leer otra entrada.
Salud.
Hasta la victoria, siempre.