El topo gigante
Yo nunca había dicho nada. Las personas obsesionadas con un misterio son las menos indicadas para resolverlo.
17 llamadas perdidas.
Una tumba feliz
Heraclito no. Otra vez Heraclito, no por favor. Preferiría adorar una cabeza de cerdo que vestir a ese santo en nuestra iglesia. Ese Turco al que todos creen griego y al que llamaban el oscuro no solo era un farsante, así en la intimidad y si usted me lo permite le confesaré que no fue más que un R. L. de la época. Si me dieran un euro por cada uno de sus axiomas que consiguiera refutar , usted y yo seríamos ricos o alcaldes de Azkoitia usted y de Azpeitia yo.
Un hombre no puede bañarse dos veces en las mismas aguas de un río. ¿Qué te apuestas?, le diría un alcalde de Azapeitia o de Azkoitia.
No hay que ser ni inteligente. Un matrimonio de castores o un azud bastarían para refutarlo.
Mucho eco, jarra vacía, dicen en mi pueblo. Y si no lo dicen, ya lo dirán, ya.
Discúlpeme el tono y no se confunda. Esto no es arrogancia, ni soberbia. No quisiera yo tener razón, y si la tuviera, usted ya me conoce y conoce a mi madre, preferiría mentir que tener que defenderla. Todos los alcaldes de Azpeitia y de Azkoitia saben que : “Hizkuntza bat ez da galtzen ez dakinetek ikasten ez dutelako, dakitenek hitzegiten ez dutelako baizik”. Lo que me hace pensar es que esto no es más que el típico salpuyido antiHeraclitiano contra todas esas formas de decir que todos los males del mundo, son siempre culpa de los otros y a la sorpresa de encontrarme una cita de Heráclito en el artículo que hoy se publica y que generosamente nos envía.
Un euro se separa de cualquier otra refutación pero no sería justoTenía, no querría dejar de reconocerlo, la idea genial de que todo es armonía visible o invisible y que sólo la justicia era discordia y por lo tanto el primer día de todos los males. Claro que la única razón que haga que esta idea sea tan brillante se debe a mi ignorancia del mundo clásico y mi incapacidad de encontrar un referente anterior.
El artículo es brillante como siempre y las ideas que despuntan haría temblar las piernas y empaparían los pantalones del mismísimo Capitán Edward John Smith. No quisiera yo faltarle a respeto ni que esto se interpretara como una lección. Todo lo que sé lo sabe usted, y todo lo que he aprendido viene de mis esfuerzos por intentar refutarle o de esta maldita costumbre de mi madre que hace que siempre haya una botella de Vieil Armagnac Napoleón en mi escritorio, ya sabe usted que vive lejos y que no le gusta beber sola, pero no se ofenda si le digo que si sobre espigón por el que pasean sus ideas creciese hasta la otra orilla, sus lectores no tendríamos que quitarnos la ropa ni meternos en el agua y nadar, dos veces, muertos de frío ese trecho que separa lo que dice de lo que quiere decir y enreda y cubrir la distancia entre lo que habla y lo que hace que hable y que nosotros.
Esta tarde he hablado con mi amatxo y me ha preguntado por usted. Le he dicho lo mismo que a usted y se ha quedado preocupada. Me ha dicho lo que todos sabemos, que no es culpa suya, pero ha insistido en que se lo diga como si no lo supiéramos todos y no estuviese usted harto de oírlo . También me ha enviado estas mayúsculas de chocolate para usted.
NO ES CULPA TUYA. Y NO ESCUPA TU A.
Están rellenas de cognac y lamento que algunas se lleguen movidas, pero usted sabrá leerlas como dios manda y perdonar a mi madre. Eso me ha dicho. También me ha dicho, y ha insistido en saber su dirección, me ha dicho que no quiere que se esté usted tan triste y que ella cada vez que siente triste se toma una copita de Vieil A. Napoleón a las ocho de la tarde y que le gustaría enviarle una caja, para que no esté usted tan triste y que si se toma una copita a las ocho en punto nunca estará solo. Eso me ha dicho, y eso ha insistido que le diga.
El martes me invita a comer su editor, creo que lo tenemos en el bote. Yo no cambiaría de estrategia. El martes nos vemos.
Hasta entonces reciba un afectuoso saludo.
Atentamente
ETG
Sordo
Nunca me ha molestado que los escritores a los que admiro lleven más de doscientos años bajo tierra. Sin embargo me ofende que los músicos no me hayan esperado.
Pronto hablaré de mis debilidades musicales y de la experiencia de quedarse sin oído izquierdo. De hecho creo que pronto encontraré el ánimo para contarlo como si hubiera alguien preocupado por mi creciente sordera e interesado en mis debilidades armónicas.
Hasta hace tres o cuatro días estaba dispuesto a asegurar que todo aquel que no se suicidaba tres o cuatro días antes de cumplir los cuarenta seguía vivo sólo por miedo a la vida.
Hoy, tres o cuatro días antes de cumplir los cuarenta, con las manos atadas a la espalda y con una erección como la del héroe del puente del Búho antes de caer al agua, todo me parece un chiste, y empiezo a sospechar que si dentro de tres o cuatro días no salto por la ventana, empezaré a verle la gracia a esa idea de dejarse arrastrar por la corriente
Mientras tanto uno se esfuerza. No mucho pero se esfuerza. Nunca lo bastante como para que parezca una pérdida de tiempo o puedan reírse los demás, pero va uno y se esfuerza, y tres o cuatro días antes de los cuarenta , se esfuerce lo que se esfuerce, se despierta una mañana, se pone en pie, y empieza a alegrarse de poder ponerse en pie, de no estar cojo y de poder mear como si estrenase vejiga.
Con la polla en la mano, tres gotitas de sangre en el calzoncillo, y 45 minutos antes de que tenga que entrar en la oficina tiene una apertura comprensiva: No hay que ser un genio para saber que no hay cuerpo capaz de aguantarme otros cuarenta años.
Tal vez no se sepa, o sea una de esas cosas que no se dicen pero, tres o cuatro días antes de los cuarenta uno se levanta a mear y empieza a perder la confianza en el cuerpo, y aparece el miedo a caerse en cualquier momento. Allí mismo. Con la polla fuera y la cara de imbécil con las que nos pillan los imprevistos hospitalarios.
El miedo a caerse en cualquier momento, más que el miedo a caerse en cualquier momento, es el miedo a caerse en cualquier momento delante de los otros.
Así las cosas, esperamos que si esto le ocurriera a cualquiera de nosotros, hágannos un favor y no intenten disuadirnos si nos ven descalzarnos y subir por las escaleras, y por favor discúlpennos si les negamos la cortesía debida y les tratamos como si cortarles el cuello nos diera una enorme pereza.
Sobretodo discúlpenos si es usted joven, preciosa y violentable. Si pudiéramos ser su padre, y lleva usted uno de esos escotes cuadrados y su piel es blanca como esas pieles blancas que parece que nadie haya tocado antes. Discúlpennos si nos tiemblan las piernas, y nos aprietan los zapatos, y discúlpenos sobretodo si nos quedamos sin conversación y se nos acumulan los whiskeys en la barra.
La culpa es nuestra pero entiéndanlo… Tres o cuatro días antes de cumplir los cuarenta, si es usted joven, preciosa y violentable. Si su escote es cuadrado, y su piel blanca como esas pieles blancas que parece que nadie haya tocado antes, y si una vez más el azul es más azul y el verde más verde, no se ofenda si no nos ponemos en pie y le cogemos la mano. La culpa es nuestra.
Ocurre que hay muchas maneras de ser tonto y tres o cuatro días antes de los cuarenta le da a uno estrenarlas todas.
Discúlpennos.
Más triste que ciego en Granada
Estimados amigos,
Que te encuentras frente al congelador abierto y con una bolsa de hielos en la mano, pues actúa con naturalidad. Particularmente, cuando me encuentro en esta situación, cojo un par de hielos y me dirijo a mi despacho. Allí siempre tengo un vaso vacío y una botella de whiskey para que no se me quede cara de tonto.
En sabiendo estas cosas, y con estos datos en la mano, ya podemos afirmar, que cualquier persona en estas circunstancias desarrollará, irreductiblemente y, por muy pleonástico que parezca, un terrible horror al pestañeo.
Eso es lo malo de los que padecen el mal del pestañeo . Uno se vuelve muy desconfiado. Como para no.
El Dentista
Desde luego yo no me enteraría de lo que hace mi lengua de no ser porque de cuando en cuando regresa con un recuerdo de otros tiempos.
Cuando ni la higiene ni la memoria los desean, mi boca se abre mecánicamente, y antes de que pueda darme cuenta, mis dedos índice y pulgar retiran de la punta de mi lengua una miga de algodón que anidaba en el dolor de alguna muela, un pelo corto y rizado que ni mi lengua ni yo podemos identificar o, en el peor de los casos, otro trocito de ese molar inferior izquierdo que hace años que en mi boca se cuartea como un palacio griego.
Dice mi mujer que vaya al dentista. Dice mi mujer que me va a llevar al dentista de las orejas. Dice mi mujer que ya ha pedido hora en el dentista, y que ha anulado todas mis citas para esa tarde. En cuanto encuentre el valor necesario se lo digo pero, mientras tanto, cómo contarle que ya hubo otras mujeres, que ya hubo otros dentistas.
A quince pasos
Que los hielos de mis vasos se derriten antes que los de mis compañeros era un misterio que alguien (aunque, en realidad, creo que fui yo mismo) ya desveló en alguno de los topos anteriores. Claro que como todo el mundo sabe, desvelar un misterio no evita su persistencia. Por eso mis hielos siguen derritiéndose con espantosa celeridad, sin que nada pueda hacerse por remediarlo.
Cada vez que comparto un whiskey con alguno de mis despacho-visitantes, todos se marchan dejando frente al mío, un vaso de whiskey vació de whiskey, pero rebosante de hielos, todavía pegados los unos a los otros, como un puñado de zigotos.
Mientras tanto, en el mismo tiempo, con la misma cantidad de hielos y la misma cantidad de whiskey, en mi vaso no quedan sino dos o tres lentillas de hielo flotando sobre el último sorbito.
En esos momentos, cuando la visita se ha ido y nadie me mira, vuelco su vaso en el mío, sólo por evitar los quince pasos que separan mi despacho de la nevera. Poco importa lo mucho que aprecie a la persona que me ha visitado. Ahora tengo que confesar, y ni siquiera me ruborizo al pensarlo, que bebo alzando el labio alto para evitar el contacto helado del otro, pero bebo. Todo sea por evitar esos quince pasos.
Y debo confesar, y ya no me ruborizo al contarlo que, a veces, incluso hago entrar a mi despacho a desconocidos solo para que les sirvan un whiskey y quedarme con sus hielos.
Lo digo por que me ocurre lo mismo con el blog. Eso sí, no tengo ni puta idea de a quince pasos de qué me encuentro, aunque basta publicar cosas como esta para sentir ese breve escrúpulo.
Esta enfermedad
Sin duda el lector dispondrá de amigos propios, tan buenos como los de cualesquiera. Acaso no es una de las grandes virtudes de los amigos haber sufrido antes, uno por uno, y por cada uno de nosotros. Acaso, no están para eso. Pues anda que yo, suelen decir. O, eso no es nada, una vez yo..., suelen decir.
Cómo no voy a amar a mis amigos, si todo lo que sufro ya lo han padecido, antes que yo. Y solo para poder animarme. Cómo no voy a querer a mis amigos, si ya han vivido mi vida, sólo para ayudarme a vivirla.
A veces, hasta me dejan ejercer de amigo. Yo sé que solo lo hacen para dejar arrimarme a lo suyo. Pero, no me importa. Tengo una fórmula para sorprenderlos: para hacerles creer que el mal trago por el que están pasando ya me lo bebí, más de una vez, más de mil, y hace tiempo. Así que para curarlos utilizó sus propias palabras, les digo algo que me dijeron hace tiempo, y aunque se lo digo con sus propias palabras reaccionan como si fuera la primera vez que lo escuchan, y como en un milagro bíblico, se levantan y caminan.
Sin duda esta enfermedad debe tener un nombre propio. Claro que, tal y como están las cosas o mete uno los pies en agua caliente o todo serían problemas. Más problemas. Creo.